En un lugar de hoy en día

                                          Ander Artiagoitia                 Aixerota BHI. Getxo

 

En 1615 Miguel de Cervantes publica la segunda y última parte de su obra mas universal: Don Quijote de la Mancha. El autor no pudo llegar a ver la universalidad  y la fama de la obra ya que mientras permaneció en vida la novela ( al igual que la mayoría de sus proyectos ) fue infravalorada y no tuvo apenas reconocimiento social. Cervantes fue un planeta eclipsado por diferentes cometas, y como muchos grandes artistas estaba adelantado a su época. ¿Quién compró un cuadro a Van Gogh?.  Artistas con grandes ideas fracasados por ser diamantes en una galería de fósiles cuyo valor aumenta con el paso del tiempo.

 

El protagonista principal es Alonso Quesada, quien posteriormente pasará a ser Don Quijote de la Mancha. Alonso Quesada era un hombre de clase media”una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantados los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda(cap 1)”, procedente de una familia de hidalgos. A los 50 años y debido a la masiva lectura de libros de caballería, muy de moda en aquella época, pierde totalmente el juicio hasta el punto de identificarse con un caballero andante y adquirir el nombre de Don Quijote de la Mancha. Esto cambiará su vida radicalmente ya que como buen caballero andante decide emprender un viaje con diferentes objetivos: ayudar al débil, luchar contra el mal... En definitiva, establecer el orden y hacer justicia por todo el país. 

 

La novela es algo más que las simples y divertidas aventuras de Don Quijote y su amigo Sancho Panza. La obra de Cervantes es un disfraz que oculta otra realidad. El autor nos dice a través de dos personajes cómo somos y cómo pensamos los seres humanos. Todo lo que hacemos o todo por lo que luchamos en la vida es con el propósito de alcanzar una meta, cumplir un sueño... Y en ocasiones pecamos de ingenuos. Esa ilusión, esa ansia de alcanzarlo, esa ingenuidad derivada de un exceso de confianza es lo que representa Don Quijote en la novela de Cervantes, en una palabra, el idealismo: una visión desenfocada de la realidad que nos impulsa a alcanzar un objetivo.

 

Todos tenemos una parte de Don Quijote pero, al igual que en el libro, también los hay que pecan de ella. Gente que, al igual que Don Quijote, lo deja todo con el afán de alcanzar una meta. ¿Cuántos inmigrantes viajan desde su tierra hasta diferentes lugares de Europa con la esperanza de tener unas condiciones de vida respetables?. Algunos son estafados, engañados y en cierto modo humilladas como el hidalgo en algunas ocasiones “cap del castillo”. La mayoría de ellos son devueltos a casa nada mas llegar y los pocos que consiguen quedarse son objeto de burla y desprecio de una parte de la sociedad, convirtiéndose en unos incomprendidos sociales como el caballero de La Mancha.

 

Pero hay una notable diferencia entre estos hombres y mujeres y el protagonista de la obra de Cervantes, ya que no tienen a su lado a ningún Sancho Panza, nadie que les aconseje o les prevenga. Por eso, cuando realmente aterrizan y se percatan de la situación es demasiado tarde. El tren se ha marchado y, junto a él, se ha llevado sus maletas, llenas de sueños, esperanzas, dinero e ilusiones. Y así, vacíos como un jarrón sin agua, vuelven a sus casas donde, en ocasiones, son víctimas de una dictadura, de una guerra, o de una esclavizada vida. Es entonces cuando se dan cuenta de que se acostaron como Quesada y que, tras un largo y esperanzador sueño donde encarnaban a un tal Don Quijote, despiertan de nuevo con la realidad entre los brazos.