
La belleza: lo todo
falso
Actualmente,
se hace más latente el análisis de Umberto Eco La guerra de lo falso,
título que debería complementarse perfectamente con “El delirio de lo
falso”, que se ha querido imponer a la belleza, tema que pretende ser el
objeto de este artículo.
Hemos caído en la trampa de Venus, la
trampa de lo reluciente (el sentido de representación mental de la
Venus), de la exquisitez de llevar en sí una juventud permanente, como
emblema oficial, una piel tersa, el desenfado de una sonrisa brillante y
dientes tan blancos como irreales, lo más que se pueda, es decir, una
lucha por lograr más, que nos hace volver nuevamente a la adjetivación
de Eco, la era del más y más, no tener una sonrisa sana, sino la más
bella, la más blanca, como blanco es imposible.
Cambie su cuerpo y su mente en 12
semanas y tire por la borda toda la filosofía de la humanidad debería
ser la “suite” de esta gran estafa de la publicidad relativa a la
belleza humana y al bienestar general.
La semiología de la felicidad, canalizada a
través de lo bello (los feos no conocen la felicidad, parecen decir los
millones de lenguajes publicitarios que nos incitan a devenir bellos),
ha causado los trastornos más patéticos en el mundo, al principio
dirigida a la mujer y actualmente también al género masculino, desde que
la moda empezó a idealizar a la mujer, haciendo de ella una substancia
maleable, influenciable y extremadamente vulnerable.
A fines de la Edad Media un orden de la moda y la
belleza se vuelve perceptible y ya se habla de cambio y metamorfosis que
son parte integrante de un nuevo dispositivo social y cultural. En algún
momento de la historia, belleza y moda fueron atributos monárquicos y de
cortes, luego el cuidado de la apariencia se populariza y las clases se
confunden, engalanarse se vuelve común.
La cultura de cada pueblo impone ciertas
costumbres y los sacrificios y las torturas que inflige la belleza van a
depender de las exigencias locales; así, mientras las chinas aplicaban
vendajes a sus pies para reducirlos a su mínima expresión, con el
propósito de responder a los criterios de la estética y del erotismo a
la moda en aquel momento, en el siglo 15, en Europa, el corsé afinaba
desmesuradamente las cinturas como sinónimo de superioridad y de
prestigio.
No es el propósito enumerar la cantidad extraordinaria
de barbarismos que se han cometido en el nombre de la belleza, la
cantidad de mutilaciones y deformaciones que diariamente denuncia la
prensa, pasando por la despigmentación de la piel, la operación del
tórax, las inyecciones de Botox, las horas de reducción o aumentación de
bíceps y pechos hasta llegar a la inutilidad de gastar todo un sueldo en
curas contra arrugas, piel de naranja, dientes blancos y la guerra a los
vellos. Trabajar para costearse una o dos operaciones que van a darnos
la famosa seguridad de sí, la famosa autoestima, que no es otra cosa que
la panacea de algunos en materia comercial, para venir a coronar el
éxito humano, terminando todos, finalmente, en una cura de psicoanálisis
de la que no nos sanamos nunca, con profesionales que miden nuestro
drama según nuestro bolsillo.
¿Pero
hay alguien que deba ser calificado de culpable, hay un culpable
realmente o es la suma de la vanidad humana que nos lleva a querer
obviar toda posibilidad de análisis, para cerrar los ojos y someternos a
bisturís, inyecciones y botox sin el menor cuestionamiento?
¿Es realmente necesario culpabilizar
a alguien o es necesario asumir una responsabilidad individual frente a
tantas mujeres que sufren de bulimia, anorexia, falta de confianza en sí
mismas, sin hablar de las aberraciones quirúrgicas causadas por médicos
de pacotilla que han convertido en monstruos a mujeres que vivían
soñando con alcanzar la tan mentada belleza de la publicidad, operando
en clínicas dudosas y sin embargo autorizadas? ¿Son acaso los
diseñadores de la moda, las revistas de moda y belleza, las modelos o
las compañías de cremas milagros y regímenes para adelgazar en tres
días, que hacen del ser humano un ser tan vulnerable?
Hay algo de ironía en todo este malestar,
nos deleitamos frente a la imagen de la rubia o la morena que adorna la
tapa de una revista, sin pensar en lo más mínimo que la revista es una
imagen arreglada con photoshop y que la informática y sus programas nos
hablan de llegar a consumir los productos que nos darán esa cara de
plástico sin vida, que adorna la mayoría de esos “magazines”.
Hay una ilusión que debe ser realidad a pesar de
la fantasía, las ilusiones son sueños, y van autoconvenciendo al ser
humano (la insoportable levedad del ser) de que la realidad es algo que
se puede trucar. Lo “todo falso” es trucar la realidad por una situación
de falsa apariencia, esa apariencia que se impone como regla general,
para acceder a un mejor trabajo, para lograr una posición social, para
figurar. La ilusión que va ligada al verbo “poder” de manera radical,
porque la seducción es onerosa, y está del lado del ciudadano o de la
ciudadana pudiente. La madre de familia común, que redondea el mes con
recetas milagros no puede pensar ni en botox, ni en cirugías, ni en
baños de relajación, ni en masajes antidepresivos, que generalmente
forman parte de instituciones de un lujo insospechado, lujo que por
supuesto se paga.
Yo truco, tu trucas, nosotros trucamos y así el
verbo se expande como una media elástica que nos cubre la mirada, hacia
la misteriosa carrera por el parecer, yo parezco esto y lo otro y no soy
yo la que vivo, es la otra imagen que creé a fuerza de transformarme
para ir buscando un parecido que nos agrada, que se adapta al canon de
belleza actual y que se multiplica sin cesar en el universo, hay muchas
y muchos que van paseándose como clones, producto de la estética
universal, consultando al mismo sicoanalista, utilizando la misma crema,
han consultado al mismo modisto o designer y han caído en las
manos del mismo cirujano, todos y todas llevan la marca en la nalga
izquierda.
Pero la belleza vende, la belleza convence, induce a la
necesidad de hacer de la hermosura la cualidad preponderante del ser
humano, si eres bella –dice la publicidad–, todo te cuesta menos y la
sociedad, ese mundo en el que nos desenvolvemos diariamente, aplica el
eslogan al pie de la letra.
La belleza hace vivir a muchos, esa carrera hacia quién
es la más bella o bello, hacia el cómo puedo ser la criatura más
original, ha frustrado muchas vidas con un cuestionamiento que cae en el
vacío de lo fatuo, de lo pueril, de la frivolidad más absoluta, mientras
otra parte del planeta lucha por llevarse un pan a la boca, por
disminuir el comercio sexual, los estragos del sida, la realidad de los
niños sicarios, contra la violencia de cada día, o simplemente la
batalla del artista común que debe privarse de lo más esencial para
lograr producir una mínima expresión de su obra.
Blanca Spinoza. Mujeres hoy. 15-02-2005
http://www.mujereshoy.com/secciones/2847.shtml
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